Fue enfermera en el Hospital Naval de Puerto Belgrano durante la guerra de Malvinas. “Ese pedacito de tierra es un jardincito en el que alguien se instaló y no lo quiere dejar”, dijo sobre las islas.

Empezó el 2 de abril y terminó el 14 de junio pero nosotras seguimos hasta fin de año” relata Graciela Trinchín cuando recuerda lo que fueron los meses en el Hospital Naval de Puerto Belgrano, allá en 1982, cuando se desató la guerra de Malvinas.

Convocada por el Foro Olavarría para contar su testimonio, agradece la oportunidad y destaca que por ella hablan tantas otras que también “hicieron patria” atendiendo los heridos durante el conflicto.

Heridos, quemados, amputados, aturdidos, abatidos, silenciados, quebrados, olvidados. “Los heridos de guerra llegaban con ropa mojada, con olor a pólvora, con el pie de trinchera y cuando empezaron a llegar más y más, dejó de ser el hospital de la comunidad militar para atender solo a los heridos de guerra”.

Lo que nosotros vivimos ahí fue otra guerra. Aunque no estuvimos en el frente, teníamos el bombardeo psicológico y nosotros con apenas 18 años atendiendolos. Sentíamos que los teníamos que contener también mediante el amor, la empatía. Y aunque no se nos permitía abrazarlos, les podíamos dar la mano”.

Me sigue doliendo aún esta historia reciente. Siento que hay falta de reconocimiento hacia todos. Cuando me preguntan qué es lo que más me dolió, pienso: haber recorrido la sala del quemado, eso no lo podré olvidar jamás».

 

 

Una rebeldía que la metió en la historia

Graciela cuenta que se crió en Villa Mi Serranía, piensa que sus padres estarían orgullosos de conocer su trayectoria. “Soy una astilla de esa buena madera”, destaca y recuerda que tras una negativa de su papá a recibir a quien era su novio entonces, decidió rebelarse e ingresar a la Marina, como su hermano mayor, José María.

 

Tenía 17 años, corría el año 1981 y en ese momento lo entendió como la oportunidad de empezar a estudiar algo, podía ser enfermería, comunicación. “Entré con chicas entre 15 a 19 años y hoy parece que a esas edad no podés ingresar a una fuerza armada, nos parece que son criaturas. En ese momento no lo dimensionamos, era una manera de crecer en un ámbito donde nos sentíamos cuidadas”, recuerda.

 

El primer año estaban a prueba, inclusive en ese entonces se evaluaba si la mujer podía estar o no dentro de la Marina. “Estaba pupila y había que pasar por pruebas de aptitud y actitud militar, era un año de prueba. Con el tiempo se fue reduciendo el grupo de mujeres y ese año lo transitamos haciendo las materias como si fuera una escuela secundaria y a eso le sumamos hacer tiro, remo y natación” repasa sobre lo que fue su formación.

 

Corría el año 1982, después de unos días de vacaciones con la familia, nos reincorporamos en marzo y nos dijeron ‘no van a poder salir más’, dejamos de tener comunicación con el exterior y pasamos a ser controladas inclusive en nuestra correspondencia. Para nosotros fue sorpresivo que nos tuviéramos que preparar para atender heridos de guerra, preparamos el buque hospital y el material para el Hospital Naval de Puerto Belgrano, en cercanías de Bahía Blanca y comenzamos a recibir los heridos de guerra”.

Y ahí empezó otra historia, esa que durante mucho tiempo no se contó y en los últimos años comenzó a tener mayor visibilidad. Se publicaron libros, se sucedieron reconocimientos, comenzó a circular la palabra en la boca de los protagonistas.

Graciela agradeció ser convocada para contar su historia y recordó también que nada fue fácil después de la guerra. “Terminé de estudiar en 1983 y me recibí de enfermera naval. Me había puesto de novia con un enfermero civil que atendía en la sala de quemados. Nunca quiso hablar del tema porque le pesaba”.

“Cuando terminé, pedí la venia para casarme y me la negaron porque él era civil, gremialista y peronista. Renuncié a la carrera militar”, sintetiza y repasa: «después de eso trabajé en Hospital Naval Pedro Mallo, en Olavarría para obras sociales, en Cemeda, en el Hospital y en María Auxiliadora”.

Graciela advierte: “Yo no voy a olvidar las raíces, ni lo vivido”. Sobre las islas, señala que son “un pedacito de tierra que es un jardincito en el que alguien se instaló y no lo quiere dejar. Yo no soy veterana de guerra, soy un producto de la guerra que me dejó estas cicatrices que no se ven”, cerró.

Fuente: Verte.tv